miércoles, 6 de julio de 2011

EL PELIGRO DE LA MUNDANALIDAD Y LA SENSUALIDAD (2)

1 Juan 2:15-17
No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo.  Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los malos deseos de la carne, la codicia de los ojos y la soberbia de la vida, no procede del Padre, sino del mundo.
Y el mundo y sus deseos se pasan.  En cambio, el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.

Una reforma en la vida es la única prueba segura de un verdadero arrepentimiento. Para toda alma verdaderamente convertida la relación con Dios y con las cosas eternas será el gran tema de la vida. ¿Pero dónde se nota, en las iglesias populares de nuestros días, el espíritu de consagración a Dios? Los conversos no renuncian a su orgullo ni al amor del mundo. No están más dispuestos a negarse a sí mismos, a llevar la cruz y a seguir al manso y humilde Jesús, que antes de su conversión. La religión se ha vuelto objeto de burla de los infieles y escépticos, debido a que tantos de los que la profesan ignoran sus principios. El poder de la piedad ha desaparecido casi enteramente de muchas  de las iglesias. Las comidas campestres, las representaciones teatrales en las iglesias, los bazares, las casas elegantes y la ostentación personal han alejado de Dios los pensamientos de la gente. Tierras y bienes y ocupaciones mundanas llenan el espíritu, mientras que las cosas de interés eterno se consideran apenas dignas de atención.
Dondequiera que los hombres descuiden el testimonio de la Biblia y se alejen de las verdades claras que sirven para probar el alma y que requieren abnegación y desprendimiento del mundo, podemos estar seguros de que Dios no dispensa allí sus bendiciones. Y al aplicar la regla que Cristo mismo dio: "Por sus frutos los conoceréis" (S. Mateo 7: 16), resulta evidente que estos movimientos no son obra del Espíritu de Dios. 
Pedro dice: "Os ruego . . . que os abstengáis de las concupiscencias carnales, las cuales guerrean contra el alma." (1 Pedro 2: 11, V.M.) Toda concesión hecha al pecado tiende a entorpecer las facultades y a destruir el poder de percepción mental y espiritual, de modo que la Palabra o el Espíritu de Dios ya no puedan impresionar sino débilmente el corazón. Pablo escribe a los Corintios: "Limpiémonos de toda inmundicia de carne y de espíritu, perfeccionando la santificación en temor de Dios." (2 Corintios 7: 1.) Y entre los frutos del Espíritu- "amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, 528 bondad, fidelidad, mansedumbre," -clasifica la "templanza." (Gálatas 5: 22, 23, V.M.)
A pesar de estas inspiradas declaraciones, ¡cuántos cristianos de profesión están debilitando sus facultades en la búsqueda de ganancias o en el culto que tributan a la moda; cuántos están envileciendo en su ser la imagen de Dios, con la glotonería, las bebidas espirituosas, los placeres ilícitos! Y la iglesia, en lugar de reprimir el mal, demasiado a menudo lo fomenta, apelando a los apetitos, al amor del lucro y de los placeres para llenar su tesoro, que el amor a Cristo es demasiado débil para colmar. Si Jesús entrase en las iglesias de nuestros días, y viese los festejos y el tráfico impío que se practica en nombre de la religión, ¿no arrojaría acaso a esos profanadores, como arrojó del templo a los cambiadores de moneda?
El mundo está entregado a la sensualidad. "La concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida" gobiernan las masas del pueblo. Pero los discípulos de Cristo son llamados a una vida santa. "Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo." A la luz de la Palabra de Dios, se justifica el aserto de que la santificación que no produce este completo desprendimiento de los deseos y placeres pecaminosos del mundo, no puede ser verdadera.
Por medio de Jesús, los hijos caídos de Adán son hechos "hijos de Dios." "Porque el que santifica y los que son santificados, de uno son todos: por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos." (Hebreos 2: 11.) La vida del cristiano debe ser una vida de fe, de victoria y de gozo en Dios. "Todo aquel que es engendrado de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que vence al mundo, a saber, nuestra fe." (1 Juan 5: 4, V.M.) Con razón declaró Nehemías, el siervo de Dios: "El gozo de Jehová es vuestra fortaleza." (Nehemías 8: 10.) Y San Pablo dijo: "Gozaos en el Señor siempre: otra vez os digo: Que os gocéis." "Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo; porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." (Filipenses 4: 4; 1 Tesalonicenses 5: 16-18.) Tales son los frutos de la conversión y de la santificación según la Biblia; y es porque el mundo cristiano mira con tanta indiferencia los grandes principios de justicia expuestos en la Palabra de Dios, por lo que se ven tan raramente estos frutos. Esta es la razón por la que se ve tan poco de esa obra profunda y duradera del Espíritu de Dios que caracterizaba los reavivamientos en tiempos pasados.
Por medio de la contemplación nos transformamos. Pero como esos sagrados preceptos en los cuales Dios reveló a los hombres su perfección y santidad son tenidos en poco y el espíritu del pueblo se deja atraer por las enseñanzas y teorías humanas, nada tiene de extraño que en consecuencia se vea un enfriamiento de la piedad viva en la iglesia. El Señor dice: "Dejáronme a mí, fuente de agua viva, por cavar para sí cisternas, cisternas rotas que no detienen aguas." (Jeremías 2:13.)
"Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos.... Antes en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Y será como el árbol plantado junto a arroyos de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace prosperará." (Salmo 1: 1-3.) Sólo en la medida en que la ley de Dios sea repuesta en el lugar que le corresponde habrá un avivamiento de la piedad y fe primitivas entre los que profesan ser su pueblo. "Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma." (Jeremías 6: 16.) 
CS p 514-532




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