lunes, 11 de julio de 2011

Ninguna escuela era adecuada

Había una gran obra designada para el profeta Juan, pero no había ninguna escuela en la tierra a la cual pudiera asistir. Debía adquirir su conocimiento lejos de las ciudades, en el desierto.  Las Escrituras del Antiguo Testamento, Dios y la naturaleza que él había creado debían ser sus libros de estudio.  Dios estaba capacitando a Juan para su obra de preparar el camino del Señor.  Su alimento era simplemente langostas y miel silvestre.  Las costumbres y las prácticas de los hombres no debían ser la educación de este hombre.  La preocupación por lo mundano no debía afectar en nada la formación de su carácter (MS 131, 1901).
Juan no se sentía suficientemente fuerte para soportar la gran presión de la tentación que encontraría en la sociedad.  Temía que su carácter fuera modelado de acuerdo con las costumbres que prevalecían entre los judíos, y escogió el desierto como su escuela, en la cual su mente podía ser debidamente educada y disciplinada por el gran libro de Dios: la naturaleza.  En el desierto, Juan podía negarse a sí mismo más fácilmente, dominar su apetito y vestirse de acuerdo con la sencillez natural. Y en el desierto no había nada que desviara su mente de la meditación y la oración.  Satanás tenía acceso a Juan, aun después de que éste cerró todos los caminos que dependían de él y por los cuales Satanás pudiera entrar.  Pero sus hábitos de vida eran tan puros y naturales que podía discernir al enemigo, y tenía fortaleza de espíritu y decisión de carácter para resistirlo.
El libro de la naturaleza estaba abierto ante Juan con su inagotable caudal de variadas instrucciones.  El buscaba el favor de Dios, y el Espíritu Santo descansaba sobre él, y encendió en su corazón un ardiente celo de hacer la gran obra de llamar a la gente al arrepentimiento y a una vida más elevada y más santa. Juan se estaba capacitando mediante las privaciones y las dificultades para disciplinar de tal manera todas sus facultades físicas y mentales, que pudiera sostenerse entre las gentes tan inconmovible frente a las circunstancias como las rocas y montañas del desierto qué lo habían rodeado durante treinta años (2SP 47).
La niñez, juventud y edad viril de Juan -que vino con el espíritu y el poder de Elías para hacer una obra especial de preparar el camino para el Redentor del mundo- se distinguieron por su firmeza y poder moral.  Satanás no pudo moverlo de su integridad (RH 3-3-1874).

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